Documento de la comisión de Educación Superior de Carta Abierta
Capital Federal (Agencia Paco Urondo) Emancipación y sistema de educación superior
En general, somos universitarios los que hablamos y escribimos sobre la Universidad. Y la pasión y el amor que tenemos por esa institución, en la que muchos hemos estado largos años de nuestras vidas, nos ha marcado en lo más profundo. No sólo lo ha hecho en nuestros conocimientos sino también en nuestros valores, lo que nos lleva, más a menudo de lo que creemos, a analizarla unilateralmente desde su lógica interna, lógica que en demasiadas ocasiones naturalizamos como si alguno de sus rasgos no fueran una creación humana, históricamente determinada, como ocurre con todas las actividades, sino algo natural, con objetivos siempre iguales a si mismos, con mecanismos intocables, con conceptos definidos de una vez y para siempre.
Así hablamos de la cátedra, del Departamento, del papel de los egresados en el gobierno universitario, etc. Más aún, terminamos usando una jerga de iniciados, como si la Universidad se encontrara más allá de los rasgos y las características de tantas instituciones que se estructuran y desestructuran en las sociedades.
Así nos sorprendemos cuando escuchamos críticas de quienes ya no concurren a la Universidad porque ya están en la vida profesional, o porque no se recibieron y también de tantos que nunca pisaron sus “claustros” para decirlo con otro término consagrado. Nos escandalizamos frente a quienes desacralizan este ámbito señalando falencias, problemas y limitaciones, rompiendo el esquema de pensar a la Universidad desde su dinámica interna, tratando de reinsertar críticamente su significado y su rol a lo largo de la historia argentina.
Nuestro país y, por ende, nuestro sistema de educación superior, ha atravesado momentos muy disimiles. Y la relación que la Universidad ha tenido con la sociedad y el Estado también ha reconocido diferentes signos. En algunos momentos ha acompañado procesos históricos, de diferente contenido, por cierto. En otros, la Universidad se ha mantenido distante de lo que sucedía en la Nación. Incluso se ha posicionado definidamente en contra de los rasgos principales que mostraba la sociedad.
En ocasiones, política emancipatoria y universidad han sido sinónimos; pero en otras no ocurrió lo mismo. Incluso, a veces progresismo y emancipación constituyeron voces discordantes. En ciertas circunstancias, los sucesos universitarios siguieron a los eventos nacionales; en otras los precedieron. Por ejemplo, en 1918 el levantamiento de los estudiantes cordobeses por una universidad que incorporara elementos científicos, modernos y democráticos fue posterior, y acompañó la democratización simbolizada por la ley Sáenz Peña de 1912 y el ascenso de la Unión Cívica Radical al gobierno.
De ahí que una perspectiva sobre el papel del sistema de educación superior debe tener en cuenta necesariamente el mundo sociopolítico con el que se relaciona. Y este año 2008 ha sido pletórico en acontecimientos. La crisis económica mundial, con el sufrimiento que va a significar para todos, pero en particular para los más débiles, también tendrá como correlato el cambio de los ejes del pensamiento político: el mercado ya no será ese sabio infalible del que nos hablaba Neustadt, la exigencia de normas incluso para los más poderosos será una necesidad. Pero que de esta encrucijada salgan políticas que favorezcan sistemáticamente a los de abajo, está por verse y ello dependerá como siempre de la fuerza política que pueda estructurarse con este objetivo.
Y ello también es válido para nuestro país. El parteaguas que significaron los intentos de incrementar las retenciones a las exportaciones de granos, la nacionalización de Aerolíneas y, por fin, la recuperación del sistema de reparto para las jubilaciones, son hechos que prefiguran una discusión práctica sobre un modelo de acumulación y distribución más apto y más justo. Sin embargo, estos tres temas han tenido sus antecedentes desde 2003. Un tipo de cambio favorecedor de las exportaciones y de la reindustrialización, un fuerte hincapié en la recuperación del empleo, con un incremento sustancial de la economía formal, disminución de la indigencia y de la pobreza, sindicalización creciente, pasos en la dirección de la distribución del ingreso, superávits fiscal y de la cuenta corriente, incremento de las reservas en el Banco Central, ruptura de la ligazón con el Fondo Monetario, control de la especulación financiera, son algunos de los elementos que van configurando, al menos como esbozo, un esquema distinto para los argentinos.
¿Qué relación ha de tener el sistema de educación superior con este diseño incipiente de país? Obviamente, el vínculo actual es tributario de lo acontecido en las últimas décadas. Ingreso sin restricciones, número limitado de universidades, mucha deserción, fuerte desgranamiento, duración larguísima de las carreras, y muchas otras virtudes y defectos. Pero cualquiera de los rasgos que tomemos, tendrá importancia y signo positivo o negativo en sintonía con lo que estemos proponiendo. Y el desafío que hoy se impone a nuestro sistema de educación superior es generar una perspectiva cultural alternativa a la que todavía reina dentro y fuera del mismo.
Una perspectiva emancipatoria de la educación. No sólo una revolución pedagógica, no sólo un cambio didáctico, no sólo modificaciones instrumentales, sino una configuración cualitativamente diferente a la actual. Ello implica cambios éticos, estéticos, funcionales, de compromiso social y político. Ello supone una relación distinta entre sociedad y universidad. Una articulación diferente entre la educación superior y la educación básica. Debemos pensar el futuro de nuestro sistema de educación superior en el marco de construir un futuro distinto para los argentinos.
La Argentina apenas está saliendo de la crisis del 2001 y ahora será víctima de la recesión mundial que asoma con toda fuerza en los países centrales y comienza a despuntar en la periferia. Como universitarios, ¿cómo podemos aportar a un país más justo, más independiente, más soberano, más solidario con los países en posiciones análogas al nuestro?
Responder a esta pregunta supone poner en cuestión posiciones cerradamente corporativas, propuestas centradas en los intereses estrechos de profesores elitistas; No es dable seguir aceptando que el grueso de la actividad recaiga sobre los hombres de los auxiliares docentes sin una contraprestación en prestigio y salario que corresponda con la responsabilidad asumida; No debemos someternos a la cuantificación de las actividades sin otro tipo de ponderaciones, a la presunta calidad sin pertinencia ni compromiso, al elitismo que sólo esconde intereses particulares.
Abrir las puertas de la educación superior es también aprender de los que están afuera, escuchar sus insatisfacciones, sus anhelos por relacionar conocimiento y práctica, esforzarnos porque el ingreso irrestricto no sea sólo una bandera que se desvirtúa con curriculas expulsivas, estructuras curriculares pensadas desde el limbo de las élites, que hacen el juego liberal a la demanda de ciertas profesiones y no contemplan las necesidades de nuestro futuro.
Estamos en un momento histórico crucial. La democracia está asentada, pero la discusión política carece de la profundización necesaria. Los medios se aferran a esquemas primitivos de pensamiento, muchas redes sociales están rotas, más que el individualismo en ocasiones prima el desconcierto y la anomia.
Los universitarios podemos dar cuenta de esta situación. Para ello tenemos que empezar por cuestionar las estructuras larguísimas, de 8 años y más para recibirse, con la estafa que ello supone dado que se llega a la graduación en licenciaturas con elementos que en el resto del planeta suponen maestrías. Por cierto que la altísima proporción de deserción se relaciona con este hecho, al privar a miles de estudiantes de la alternativa de títulos intermedios.
A pesar del crecimiento vertiginoso del conocimiento, el modelo profesionalista inalterado a lo largo de décadas mancha y sesga la posibilidad de una educación superior transformadora. Algunos hablan del anarquismo organizado, pero muchas veces la universidad es más parecida a un feudalismo clientelístico, con señores anquilosados en sus castillos, rodeados de fosos, y un séquito dispuesto a todos los elogios para seguir ostentando sus pequeñas ventajas, la mera auto reproducción de menguados privilegios. Para impulsar una profunda transformación nacional es necesaria una profunda transformación del sistema de educación superior, que supere incluso al progresismo retórico y apunte a una decidida senda emancipatoria.
Algunos temas ineludibles.
Como dijimos, la altísima deserción es un problema gravísimo que debe ser abordado en sus diferentes dimensiones. En el plano socioeconómico a través del establecimiento de convenios que hagan posible la media jornada de trabajo para muchos estudiantes y políticas de becas, en lo pedagógico a través de sistemas de enseñanza que pongan en el centro al estudiante (tutorías a cargo de estudiantes de años avanzados, por ejemplo), en lo curricular atendiendo a que los ciclos remitan a las práctica reales de las posibilidades de enseñanza, a la duración de las carreras, reconociendo las modificaciones que en el plano mundial tiene la acumulación de conocimiento.
El dato al que nos enfrentamos y que tenemos que modificar es que apenas 18 o 19% de los ingresantes terminan su carrera, lo cual en definitiva torna falaz al principio del ingreso irrestricto: todos podrán entrar, muy pocos podrán continuar y muchos menos terminar. Las opciones pueden ser múltiples: cursos de ingreso, tutorías, flexibilidad de programas, una nueva concepción de los ciclos, educación a distancia, etc.
La modificación del perfil excesivamente profesionalista también es prioritaria. Las ingenierías y las tecnologías son orientaciones a estimula en función de nuestras necesidades futuras. Deberíamos preguntarnos qué carreras necesitamos. No se trata de suprimir las carreras profesionales, sino de contar con alguna herramienta que permita incidir en la proporción que cada perfil de egresado (profesionalista, generalista, tecnólogo, académico) ocupa. La sobrerrepresentación que tienen los profesionales en el total de egresados termina deformando todo el sistema universitario.
Por otro lado, si de verdad estamos apostando a construir un país con un desarrollo industrial propio es urgente multiplicar (geométricamente si se quiere) la matrícula y los egresados de las ingenierías y otras carreras afines. Junto con esto, sería importante contemplar la posibilidad de concebir políticas activas que desestimulen las clásicas carreras de Abogacía o Contador.
A la vez, la formación general de todos y cada uno de los estudiantes constituye un imperativo en una época donde la especialización temprana es sinónimo de analfabetismo en la edad madura. Habría que hacer un fuerte hincapié en una formación general en un primer tramo de todas las carreras. No sólo por la debilidad con la que llegan los egresados de la educación básica sino porque la tan mentada sociedad del conocimiento requiere, para poder vivir en ella, del manejo de habilidades y conocimientos previos desde los cuales poder continuar aprendiendo, buscar información, crear pensamiento crítico.
Gran parte del conocimiento acumulado en los últimos tiempos está disponible en los medios electrónicos; pero, a menos que sepamos sobre lógica, idiomas, historia o metodología, no podremos aprovechar esa sabiduría. Junto a esto, debe ser parte de una curricula básica los elementos que permitan desentrañar lo que se encuentra en nuestras raíces nacionales o regionales y que deben acompañar y orientar el conjunto de la formación.
El compromiso de la universidad con la formación en el nivel secundario es la primera y más urgente forma de relacionarnos de una manera imprescindible con las necesidades sociales. Movilizar las potencialidades de los estudiantes ayudando a técnicas de aprendizaje, a comprensión de textos, a visualizar la importancia de la educación, conforman pasos pequeños pero decisivos para mejorar la situación de una educación básica que muchas veces supera las posibilidades de los maestros y profesores del secundario.
Propender a convertir a lo que en la actualidad conocemos como Voluntariado en una actividad obligatoria de todos los planes de estudio es también un modo no sólo en que el aprendizaje universitario se enriquece sino que coadyuva a modificar la relación entre una juventud que, dadas sus características socioeconómicas, puede acceder a la educación superior, y el resto de los sectores populares que no tienen igual posibilidad. La articulación de esta orientación con lo que en la actualidad se concibe como Extensión, deberá apuntar en el mismo sentido.
Necesitamos docentes para llevar adelante este tipo de educación. Necesitamos mejorar la calificación y la dedicación de los docentes: De una parte debe llamarnos la atención que en Argentina egresen 700 doctores por cada 10.000 que lo hacen en Brasil, aunque esto se relaciona con la muy diferente concepción en cuanto a la duración de los ciclos en cada país. Más y mejores becas sería una de las herramientas con las que habría que contar; no obstante, la expansión del posgrado dependerá de cómo se desarrolle la duración del grado (que en la actualidad oscila entre los 6 y los 8 años), apuntando entonces a que al menos los ciclos de maestría sean también gratuitos.
La falta de docentes con el máximo grado académico es consecuencia de estos desfasajes. Por otro lado, deberemos ocuparnos de reordenar las dedicaciones que tienen los docentes. Se requieren más docentes full time que puedan articular de manera virtuosa la docencia, la investigación y la formación de recursos.
Por último, y teniendo en cuenta estas prioridades, debemos impulsar una reforma política para dotar a las instituciones de estructuras de poder que permitan gestionar y gobernar a las universidades. Se debería tender a instituir el voto directo ponderado. Asimismo, habría que diferenciar los derechos políticos y la carrera académica, que no exista la reelección indefinida, que se diferencien los organismos colegiados de los organismos unipersonales de ejecución, que se asegure un cupo para las mujeres (sorprende la escasa proporción de mujeres que ocupan cargos de rector o decano en relación con la importancia que las mujeres tienen en otros espacios de gestión, administración o poder de otros ámbitos).
En las puertas de una nueva ley universitaria, debemos recordar algunas cuestiones sencillas. En educación, cualquier acción del presente modifica necesariamente el futuro, pero muy en el largo plazo. Las orientaciones que debatimos hoy incidirán en la formación de las futuras generaciones y en el ejercicio profesional, académico o científico de las siguientes. Por eso el rol del estado es clave: si la Argentina sigue creciendo como lo viene haciendo en los últimos años es de esperar que la matrícula educativa continúe en expansión. No se puede dejar que las “fuerzas del mercado”, el libre juego de oferta y demanda educativa organice ese crecimiento.
El estado, como articulador de intereses, podrá ser quien oriente el crecimiento, lo regule asegurando calidad y pertinencia, defina carreras prioritarias y estimule el desarrollo particular de determinadas disciplinas para beneficio futuro de toda la nación. En ese sentido, un Consejo de Planificación de la Educación Superior, a la que concurran tanto los estamentos universitarios, incluidos por supuesto, los estudiantes, como las propias fuerzas políticas con representación, se hace imprescindible. Esa mirada del todo y del futuro debe estar inscripta en la nueva ley de educación. La imprescindible autonomía universitaria tiene su correlato en la responsabilidad de nuestros universitarios para con nuestro país.
La discusión que envuelve hoy sobre el futuro educacional, sobre el papel del sistema de educación superior, es a la vez la discusión sobre el futuro argentino y su papel en América Latina. Ambas discusiones tienen todo en común y sus especificidades apenas son modos de expresión en problemáticas diferenciadas. De ahí que esta preocupación fundamental debe involucrar no sólo a la comunidad universitaria sino a toda la sociedad y, en particular a quienes tienen una relación especial con la producción y la difusión de la cultura. Sólo así podrá crear el consenso suficiente, en la universidad y en la sociedad misma, que su razón de ser debe estar en función de su aporte al destino del país, de América Latina y del mundo.
(Agencia Paco Urondo)
En general, somos universitarios los que hablamos y escribimos sobre la Universidad. Y la pasión y el amor que tenemos por esa institución, en la que muchos hemos estado largos años de nuestras vidas, nos ha marcado en lo más profundo. No sólo lo ha hecho en nuestros conocimientos sino también en nuestros valores, lo que nos lleva, más a menudo de lo que creemos, a analizarla unilateralmente desde su lógica interna, lógica que en demasiadas ocasiones naturalizamos como si alguno de sus rasgos no fueran una creación humana, históricamente determinada, como ocurre con todas las actividades, sino algo natural, con objetivos siempre iguales a si mismos, con mecanismos intocables, con conceptos definidos de una vez y para siempre.
Así hablamos de la cátedra, del Departamento, del papel de los egresados en el gobierno universitario, etc. Más aún, terminamos usando una jerga de iniciados, como si la Universidad se encontrara más allá de los rasgos y las características de tantas instituciones que se estructuran y desestructuran en las sociedades.
Así nos sorprendemos cuando escuchamos críticas de quienes ya no concurren a la Universidad porque ya están en la vida profesional, o porque no se recibieron y también de tantos que nunca pisaron sus “claustros” para decirlo con otro término consagrado. Nos escandalizamos frente a quienes desacralizan este ámbito señalando falencias, problemas y limitaciones, rompiendo el esquema de pensar a la Universidad desde su dinámica interna, tratando de reinsertar críticamente su significado y su rol a lo largo de la historia argentina.
Nuestro país y, por ende, nuestro sistema de educación superior, ha atravesado momentos muy disimiles. Y la relación que la Universidad ha tenido con la sociedad y el Estado también ha reconocido diferentes signos. En algunos momentos ha acompañado procesos históricos, de diferente contenido, por cierto. En otros, la Universidad se ha mantenido distante de lo que sucedía en la Nación. Incluso se ha posicionado definidamente en contra de los rasgos principales que mostraba la sociedad.
En ocasiones, política emancipatoria y universidad han sido sinónimos; pero en otras no ocurrió lo mismo. Incluso, a veces progresismo y emancipación constituyeron voces discordantes. En ciertas circunstancias, los sucesos universitarios siguieron a los eventos nacionales; en otras los precedieron. Por ejemplo, en 1918 el levantamiento de los estudiantes cordobeses por una universidad que incorporara elementos científicos, modernos y democráticos fue posterior, y acompañó la democratización simbolizada por la ley Sáenz Peña de 1912 y el ascenso de la Unión Cívica Radical al gobierno.
De ahí que una perspectiva sobre el papel del sistema de educación superior debe tener en cuenta necesariamente el mundo sociopolítico con el que se relaciona. Y este año 2008 ha sido pletórico en acontecimientos. La crisis económica mundial, con el sufrimiento que va a significar para todos, pero en particular para los más débiles, también tendrá como correlato el cambio de los ejes del pensamiento político: el mercado ya no será ese sabio infalible del que nos hablaba Neustadt, la exigencia de normas incluso para los más poderosos será una necesidad. Pero que de esta encrucijada salgan políticas que favorezcan sistemáticamente a los de abajo, está por verse y ello dependerá como siempre de la fuerza política que pueda estructurarse con este objetivo.
Y ello también es válido para nuestro país. El parteaguas que significaron los intentos de incrementar las retenciones a las exportaciones de granos, la nacionalización de Aerolíneas y, por fin, la recuperación del sistema de reparto para las jubilaciones, son hechos que prefiguran una discusión práctica sobre un modelo de acumulación y distribución más apto y más justo. Sin embargo, estos tres temas han tenido sus antecedentes desde 2003. Un tipo de cambio favorecedor de las exportaciones y de la reindustrialización, un fuerte hincapié en la recuperación del empleo, con un incremento sustancial de la economía formal, disminución de la indigencia y de la pobreza, sindicalización creciente, pasos en la dirección de la distribución del ingreso, superávits fiscal y de la cuenta corriente, incremento de las reservas en el Banco Central, ruptura de la ligazón con el Fondo Monetario, control de la especulación financiera, son algunos de los elementos que van configurando, al menos como esbozo, un esquema distinto para los argentinos.
¿Qué relación ha de tener el sistema de educación superior con este diseño incipiente de país? Obviamente, el vínculo actual es tributario de lo acontecido en las últimas décadas. Ingreso sin restricciones, número limitado de universidades, mucha deserción, fuerte desgranamiento, duración larguísima de las carreras, y muchas otras virtudes y defectos. Pero cualquiera de los rasgos que tomemos, tendrá importancia y signo positivo o negativo en sintonía con lo que estemos proponiendo. Y el desafío que hoy se impone a nuestro sistema de educación superior es generar una perspectiva cultural alternativa a la que todavía reina dentro y fuera del mismo.
Una perspectiva emancipatoria de la educación. No sólo una revolución pedagógica, no sólo un cambio didáctico, no sólo modificaciones instrumentales, sino una configuración cualitativamente diferente a la actual. Ello implica cambios éticos, estéticos, funcionales, de compromiso social y político. Ello supone una relación distinta entre sociedad y universidad. Una articulación diferente entre la educación superior y la educación básica. Debemos pensar el futuro de nuestro sistema de educación superior en el marco de construir un futuro distinto para los argentinos.
La Argentina apenas está saliendo de la crisis del 2001 y ahora será víctima de la recesión mundial que asoma con toda fuerza en los países centrales y comienza a despuntar en la periferia. Como universitarios, ¿cómo podemos aportar a un país más justo, más independiente, más soberano, más solidario con los países en posiciones análogas al nuestro?
Responder a esta pregunta supone poner en cuestión posiciones cerradamente corporativas, propuestas centradas en los intereses estrechos de profesores elitistas; No es dable seguir aceptando que el grueso de la actividad recaiga sobre los hombres de los auxiliares docentes sin una contraprestación en prestigio y salario que corresponda con la responsabilidad asumida; No debemos someternos a la cuantificación de las actividades sin otro tipo de ponderaciones, a la presunta calidad sin pertinencia ni compromiso, al elitismo que sólo esconde intereses particulares.
Abrir las puertas de la educación superior es también aprender de los que están afuera, escuchar sus insatisfacciones, sus anhelos por relacionar conocimiento y práctica, esforzarnos porque el ingreso irrestricto no sea sólo una bandera que se desvirtúa con curriculas expulsivas, estructuras curriculares pensadas desde el limbo de las élites, que hacen el juego liberal a la demanda de ciertas profesiones y no contemplan las necesidades de nuestro futuro.
Estamos en un momento histórico crucial. La democracia está asentada, pero la discusión política carece de la profundización necesaria. Los medios se aferran a esquemas primitivos de pensamiento, muchas redes sociales están rotas, más que el individualismo en ocasiones prima el desconcierto y la anomia.
Los universitarios podemos dar cuenta de esta situación. Para ello tenemos que empezar por cuestionar las estructuras larguísimas, de 8 años y más para recibirse, con la estafa que ello supone dado que se llega a la graduación en licenciaturas con elementos que en el resto del planeta suponen maestrías. Por cierto que la altísima proporción de deserción se relaciona con este hecho, al privar a miles de estudiantes de la alternativa de títulos intermedios.
A pesar del crecimiento vertiginoso del conocimiento, el modelo profesionalista inalterado a lo largo de décadas mancha y sesga la posibilidad de una educación superior transformadora. Algunos hablan del anarquismo organizado, pero muchas veces la universidad es más parecida a un feudalismo clientelístico, con señores anquilosados en sus castillos, rodeados de fosos, y un séquito dispuesto a todos los elogios para seguir ostentando sus pequeñas ventajas, la mera auto reproducción de menguados privilegios. Para impulsar una profunda transformación nacional es necesaria una profunda transformación del sistema de educación superior, que supere incluso al progresismo retórico y apunte a una decidida senda emancipatoria.
Algunos temas ineludibles.
Como dijimos, la altísima deserción es un problema gravísimo que debe ser abordado en sus diferentes dimensiones. En el plano socioeconómico a través del establecimiento de convenios que hagan posible la media jornada de trabajo para muchos estudiantes y políticas de becas, en lo pedagógico a través de sistemas de enseñanza que pongan en el centro al estudiante (tutorías a cargo de estudiantes de años avanzados, por ejemplo), en lo curricular atendiendo a que los ciclos remitan a las práctica reales de las posibilidades de enseñanza, a la duración de las carreras, reconociendo las modificaciones que en el plano mundial tiene la acumulación de conocimiento.
El dato al que nos enfrentamos y que tenemos que modificar es que apenas 18 o 19% de los ingresantes terminan su carrera, lo cual en definitiva torna falaz al principio del ingreso irrestricto: todos podrán entrar, muy pocos podrán continuar y muchos menos terminar. Las opciones pueden ser múltiples: cursos de ingreso, tutorías, flexibilidad de programas, una nueva concepción de los ciclos, educación a distancia, etc.
La modificación del perfil excesivamente profesionalista también es prioritaria. Las ingenierías y las tecnologías son orientaciones a estimula en función de nuestras necesidades futuras. Deberíamos preguntarnos qué carreras necesitamos. No se trata de suprimir las carreras profesionales, sino de contar con alguna herramienta que permita incidir en la proporción que cada perfil de egresado (profesionalista, generalista, tecnólogo, académico) ocupa. La sobrerrepresentación que tienen los profesionales en el total de egresados termina deformando todo el sistema universitario.
Por otro lado, si de verdad estamos apostando a construir un país con un desarrollo industrial propio es urgente multiplicar (geométricamente si se quiere) la matrícula y los egresados de las ingenierías y otras carreras afines. Junto con esto, sería importante contemplar la posibilidad de concebir políticas activas que desestimulen las clásicas carreras de Abogacía o Contador.
A la vez, la formación general de todos y cada uno de los estudiantes constituye un imperativo en una época donde la especialización temprana es sinónimo de analfabetismo en la edad madura. Habría que hacer un fuerte hincapié en una formación general en un primer tramo de todas las carreras. No sólo por la debilidad con la que llegan los egresados de la educación básica sino porque la tan mentada sociedad del conocimiento requiere, para poder vivir en ella, del manejo de habilidades y conocimientos previos desde los cuales poder continuar aprendiendo, buscar información, crear pensamiento crítico.
Gran parte del conocimiento acumulado en los últimos tiempos está disponible en los medios electrónicos; pero, a menos que sepamos sobre lógica, idiomas, historia o metodología, no podremos aprovechar esa sabiduría. Junto a esto, debe ser parte de una curricula básica los elementos que permitan desentrañar lo que se encuentra en nuestras raíces nacionales o regionales y que deben acompañar y orientar el conjunto de la formación.
El compromiso de la universidad con la formación en el nivel secundario es la primera y más urgente forma de relacionarnos de una manera imprescindible con las necesidades sociales. Movilizar las potencialidades de los estudiantes ayudando a técnicas de aprendizaje, a comprensión de textos, a visualizar la importancia de la educación, conforman pasos pequeños pero decisivos para mejorar la situación de una educación básica que muchas veces supera las posibilidades de los maestros y profesores del secundario.
Propender a convertir a lo que en la actualidad conocemos como Voluntariado en una actividad obligatoria de todos los planes de estudio es también un modo no sólo en que el aprendizaje universitario se enriquece sino que coadyuva a modificar la relación entre una juventud que, dadas sus características socioeconómicas, puede acceder a la educación superior, y el resto de los sectores populares que no tienen igual posibilidad. La articulación de esta orientación con lo que en la actualidad se concibe como Extensión, deberá apuntar en el mismo sentido.
Necesitamos docentes para llevar adelante este tipo de educación. Necesitamos mejorar la calificación y la dedicación de los docentes: De una parte debe llamarnos la atención que en Argentina egresen 700 doctores por cada 10.000 que lo hacen en Brasil, aunque esto se relaciona con la muy diferente concepción en cuanto a la duración de los ciclos en cada país. Más y mejores becas sería una de las herramientas con las que habría que contar; no obstante, la expansión del posgrado dependerá de cómo se desarrolle la duración del grado (que en la actualidad oscila entre los 6 y los 8 años), apuntando entonces a que al menos los ciclos de maestría sean también gratuitos.
La falta de docentes con el máximo grado académico es consecuencia de estos desfasajes. Por otro lado, deberemos ocuparnos de reordenar las dedicaciones que tienen los docentes. Se requieren más docentes full time que puedan articular de manera virtuosa la docencia, la investigación y la formación de recursos.
Por último, y teniendo en cuenta estas prioridades, debemos impulsar una reforma política para dotar a las instituciones de estructuras de poder que permitan gestionar y gobernar a las universidades. Se debería tender a instituir el voto directo ponderado. Asimismo, habría que diferenciar los derechos políticos y la carrera académica, que no exista la reelección indefinida, que se diferencien los organismos colegiados de los organismos unipersonales de ejecución, que se asegure un cupo para las mujeres (sorprende la escasa proporción de mujeres que ocupan cargos de rector o decano en relación con la importancia que las mujeres tienen en otros espacios de gestión, administración o poder de otros ámbitos).
En las puertas de una nueva ley universitaria, debemos recordar algunas cuestiones sencillas. En educación, cualquier acción del presente modifica necesariamente el futuro, pero muy en el largo plazo. Las orientaciones que debatimos hoy incidirán en la formación de las futuras generaciones y en el ejercicio profesional, académico o científico de las siguientes. Por eso el rol del estado es clave: si la Argentina sigue creciendo como lo viene haciendo en los últimos años es de esperar que la matrícula educativa continúe en expansión. No se puede dejar que las “fuerzas del mercado”, el libre juego de oferta y demanda educativa organice ese crecimiento.
El estado, como articulador de intereses, podrá ser quien oriente el crecimiento, lo regule asegurando calidad y pertinencia, defina carreras prioritarias y estimule el desarrollo particular de determinadas disciplinas para beneficio futuro de toda la nación. En ese sentido, un Consejo de Planificación de la Educación Superior, a la que concurran tanto los estamentos universitarios, incluidos por supuesto, los estudiantes, como las propias fuerzas políticas con representación, se hace imprescindible. Esa mirada del todo y del futuro debe estar inscripta en la nueva ley de educación. La imprescindible autonomía universitaria tiene su correlato en la responsabilidad de nuestros universitarios para con nuestro país.
La discusión que envuelve hoy sobre el futuro educacional, sobre el papel del sistema de educación superior, es a la vez la discusión sobre el futuro argentino y su papel en América Latina. Ambas discusiones tienen todo en común y sus especificidades apenas son modos de expresión en problemáticas diferenciadas. De ahí que esta preocupación fundamental debe involucrar no sólo a la comunidad universitaria sino a toda la sociedad y, en particular a quienes tienen una relación especial con la producción y la difusión de la cultura. Sólo así podrá crear el consenso suficiente, en la universidad y en la sociedad misma, que su razón de ser debe estar en función de su aporte al destino del país, de América Latina y del mundo.
(Agencia Paco Urondo)
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