Rodolfo Walsh: “Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante, y el que comprendiendo no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto pero no en la historia viva de su tierra”.
hoy como ayer, LIBERACION O DEPENDENCIA
Recuperemos la historia -
Levantemos las banderas -
Darwina Gallichio
Domingo 30 de noviembre de 2008
A la muerte de Darwina Gallichio,
se sumó esta semana la de otra Madre de Plaza de Mayo.
Ayer falleció Dionisia López Amado, a los 80 años.
Dionisia, una incansable luchadora por los derechos humanos, presidió hasta ayer la Comisión de Familiares de Desaparecidos Españoles y fue una animadora permanente de la Comisión por la Memoria, la Verdad y la Justicia de la Zona Norte del gran Buenos Aires, de la que era Presidenta Honoraria.
El año pasado la "Asociación de Gallegas en la Emigración Herbas de Prata" le otorgó el premio "Rosalía".
Dionisia había nacido en Galicia, en Cedeira (La Coruña) y se trasladó a La Argentina en 1952, junto a su esposo y su hijo Antonio, que por entonces tenía sólo cinco meses de edad.
Antonio Díaz López, de 24 años, fue secuestrado el 15 de mayo de 1976 por fuerzas militares junto a su esposa, Stella Maris, de la misma edad, y desde entonces nada más se supo de ellos.
Darwina Gallichio murió el viernes por una afección cardíaca, a los 84 años, en Rosario, la ciudad en la que lideró la agrupación Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, y en la que logró recuperar en 1989 a su nieta, Ximena Vicario, de quien se había apropiado una empleada de la Casa Cuna cuando tenía ocho meses. Sus padres, Juan Carlos Vicario y Stella Maris Gallichio, permanecen desaparecidos desde 1977.
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La Gallega de la Zona Norte
La Madre de Plaza de Mayo Dionisia López Amado falleció el sábado pasado.
Estas líneas fueron escritas pocas horas antes de su muerte.
Dionisia López Amado agoniza en la cama de un hospital bonaerense. Esta española Madre de Plaza de Mayo se nos va tras haber luchado incansablemente durante más de treinta años por la memoria de su hijo desaparecido y contra la impunidad de su asesinos. Apodada “Niza” por sus amigas y conocida como “la Gallega de la Zona Norte”, supo ganarse el respeto de todos por su carácter indómito, su serenidad y su valentía, cuando tuvo que echarse a la calle desafiando a la dictadura militar junto a otras madres de detenidos políticos, cuyo rastro se perdió en las mazmorras castrenses.
Dionisia había emigrado de la Galicia mísera y aterrada de la posguerra, en 1952, con su marido y su hijo de cinco meses. Lo crió en Argentina y lo perdió 24 años después, secuestrado junto a su esposa por los verdugos de la Junta Militar. Dionisia lo reclamó en comisarías y cuarteles, infructuosamente. Después, a lo largo de los años, nunca ha dejado de exigir verdad y justicia. La conocí en los momentos más duros del terror militar y desarrollamos un profundo cariño. La última vez que la vi fue en mayo, en la Feria del Libro de Buenos Aires, cuando Baltasar Garzón y yo le firmamos un ejemplar de El alma de los verdugos. Un trabajo que le está dedicado junto a Chicha Mariani, Elsa Pavón, Matilde Artés (Sacha), Cecilia Viñas y Mirta Baravalle que, como Dionisia, dieron generosas lecciones de dignidad y coraje.
En 2006, cuando rodamos el documental La máquina de matar, la Gallega recordaba el terror de la dictadura con estas palabras: “Aquellos años se vivían con miedo a la noche, terror a la noche. Se escuchaban los tiros y carreras en la calle... era un bum bum constante en el corazón. Amén del sufrimiento, porque un hijo es irreemplazable; puede haber 20, pero cada uno es irreemplazable. El terror fue muy grande. Y mucha gente fue muda, ciega y sorda por miedo también. Pudieron haber hecho más cosas, pero no hicieron nada porque el miedo era muy grande”.
Dionisia repetía siempre que en su corazón no había odio. Que no quería venganza y sólo necesitaba justicia. Lo decía orgullosa de no ser como sus enemigos. Ahora se está muriendo con más dignidad de la que jamás tuvieron los asesinos castrenses que destrozaron su vida. Se irá sin saber qué fue de su hijo y su nuera. Pero no derrotada, porque su voz, su fuerza y su perseverancia contribuyeron primero a la derrota de la dictadura y, finalmente, a acabar con la impunidad de los genocidas uniformados.
Para enterrarla tendrán que ponerle el pañuelo blanco, con el nombre de su hijo desaparecido bordado, con que tantos centenares de jueves desfiló en la Plaza de Mayo.
Por Vicente Romero
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