Informe especial Dirio Miradas al SUR
Gráfico: CEPAL
06-12-2009 / En su más reciente informe sobre el Panorama social de América latina 2009, la Comisión Económica para América latina y el Caribe (Cepal) traza un paisaje del Continente donde la brecha de la desigualdad lo ha convertido si no en el más pobre “sí en el más inequitativo en la distribución del ingreso”.
Por Diego Vidal- Periodista
El atraso y la miseria de América latina no son otra cosa que el resultado de su fracaso. Perdimos; otros ganaron. Pero ocurre que quienes ganaron, ganaron gracias a que nosotros perdimos”, aseveró Eduardo Galeano en la introducción de Las venas abiertas de América latina; tal vez con el esperanzador deseo de que su ensayo no tuviera la misma actualidad casi 40 años después.
En su más reciente informe sobre el Panorama social del Continente 2009, la Comisión Económica para América latina y el Caribe (Cepal) traza un paisaje del Continente donde la brecha de la desigualdad lo ha convertido si no en el más pobre “sí en el más inequitativo en la distribución del ingreso” como señaló la Presidenta Cristina Fernández durante la XIX Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado, realizada en Portugal.
Según el trabajo de la Cepal, antes de finalizar este año, los pobres en América latina aumentarían en 1,1% y los indigentes en 0,8% en relación con el 2008. Esta cifra equivale a que 189 millones de latinoamericanos caigan en situación de pobreza (34% de una población total de 550 millones) y aumentarían de 71 a 76 millones (13,7%) las personas que acabarán en la indigencia.
Las 9 millones de personas más que pasarán penurias antes de terminar la primera década del siglo XXI, equivalen a casi un cuarto de la población que había superado esa situación entre 2002 y 2008 (41 millones) debido al crecimiento económico, la expansión del gasto social y las mejoras distributivas.
La crisis financiera internacional que se desató con la quiebra del banco estadounidense Lehman Brothers, obligará a que los gobiernos de la región deban atender las urgencias sociales derivadas aumentando el gasto público que, entre 1990 y 2007, alcanzó al 60% del total de sus presupuestos. En otro acápite de su trabajo, el organismo regional de Naciones Unidas (ONU) afirma que crece la diferencia e inequidad en la distribución de los ingresos, en una América latina cada vez más vieja.
El envejecimiento de la población es el principal fenómeno demográfico de la época, dado que pasó de 161 millones de habitantes en 1950, a aproximadamente 547 millones en 2005 e indica una perspectiva de 763 millones para el año 2050. Esto equivale a un aumento de 2,6 veces entre la segunda mitad del siglo XX y el 2005 (cuando la tasa global de fecundidad era de 5,9 hijos por mujer); con una disminución igual al 15% (a un ritmo 2,4 vástagos por madre) para cuando Latinoamérica esté pisando los primeros 50 años de la actual centuria. Con Bolivia, Haití y Guatemala, donde se registran los más altos indicadores de fecundidad y mortalidad, mientras que Cuba y Barbados encabezan la lista de naciones con mejores expectativas de sobrevida.
Al respecto, el estudio sostiene que “la pobreza golpea más fuerte en América latina a los niños y mujeres que al resto de la población: es 1,7 veces más alta en menores de 15 años que en adultos y 1,15 veces mayor en mujeres que en hombres”; señala que la diferencia es alta en todos los países de la región y es notoriamente mayor en Panamá, Costa Rica, República Dominicana, Chile y Uruguay, en ese orden.
También alerta que se ha profundizado la distancia del infortunio entre esas franjas etarias en los últimos 6 años. Es así que en “Uruguay, por ejemplo, la pobreza es 3,1 veces mayor en niños que en adultos, mientras que en Chile es 1,8 veces más alta y en Nicaragua, 1,3 veces” y, acota, “el trabajo no remunerado y el cuidado de terceros impiden la inserción laboral de las mujeres, lo que redunda en la pobreza de sus hijos”.
En el país trasandino, a menudo citado como modelo de eficacia y desarrollo, se ha registrado un crecimiento del trabajo informal y por cuenta propia entre agosto y octubre, en desmedro de 130 mil empleos estables. La pérdida de puestos laborales afectó sólo a los hombres, con una caída del 5%, dado que las chilenas perciben por las mismas tareas realizadas un tercio menos de remuneración.
A este sombrío provenir de “Nuestra Mayúscula América”, como la llamó el poeta cubano José Martí, se suma un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en el que la explotación laboral y la consiguiente marginalidad de los individuos puede medirse además por el origen étnico y el color de la piel.
Dice el BID que en 7 países “con datos sobre etnicidad, la investigación halló que las minorías indígenas y de afrodescendientes ganan en promedio 28 por ciento menos que la población blanca de la región”, aunque las personas tengan la misma edad, género y nivel de educación.
Concluye, con una obviedad casi simpática si no se trataran de seres de carne y hueso, que “un aumento de los niveles de educación de las minorías étnicas de América latina ayudaría a reducir el promedio de diferencia salarial en casi un cuarto” con el resto de la población. Sin aclarar cómo se financiaría la inclusión educativa, cuando los recursos de los Estados deberán utilizarse para paliar las consecuencias provenientes del alud del crack financiero que estalló en las entrañas de Wall Street y ahora amenaza con arrasar las economías al Sur del Río Grande.
El atraso y la miseria de América latina no son otra cosa que el resultado de su fracaso. Perdimos; otros ganaron. Pero ocurre que quienes ganaron, ganaron gracias a que nosotros perdimos”, aseveró Eduardo Galeano en la introducción de Las venas abiertas de América latina; tal vez con el esperanzador deseo de que su ensayo no tuviera la misma actualidad casi 40 años después.
En su más reciente informe sobre el Panorama social del Continente 2009, la Comisión Económica para América latina y el Caribe (Cepal) traza un paisaje del Continente donde la brecha de la desigualdad lo ha convertido si no en el más pobre “sí en el más inequitativo en la distribución del ingreso” como señaló la Presidenta Cristina Fernández durante la XIX Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado, realizada en Portugal.
Según el trabajo de la Cepal, antes de finalizar este año, los pobres en América latina aumentarían en 1,1% y los indigentes en 0,8% en relación con el 2008. Esta cifra equivale a que 189 millones de latinoamericanos caigan en situación de pobreza (34% de una población total de 550 millones) y aumentarían de 71 a 76 millones (13,7%) las personas que acabarán en la indigencia.
Las 9 millones de personas más que pasarán penurias antes de terminar la primera década del siglo XXI, equivalen a casi un cuarto de la población que había superado esa situación entre 2002 y 2008 (41 millones) debido al crecimiento económico, la expansión del gasto social y las mejoras distributivas.
La crisis financiera internacional que se desató con la quiebra del banco estadounidense Lehman Brothers, obligará a que los gobiernos de la región deban atender las urgencias sociales derivadas aumentando el gasto público que, entre 1990 y 2007, alcanzó al 60% del total de sus presupuestos. En otro acápite de su trabajo, el organismo regional de Naciones Unidas (ONU) afirma que crece la diferencia e inequidad en la distribución de los ingresos, en una América latina cada vez más vieja.
El envejecimiento de la población es el principal fenómeno demográfico de la época, dado que pasó de 161 millones de habitantes en 1950, a aproximadamente 547 millones en 2005 e indica una perspectiva de 763 millones para el año 2050. Esto equivale a un aumento de 2,6 veces entre la segunda mitad del siglo XX y el 2005 (cuando la tasa global de fecundidad era de 5,9 hijos por mujer); con una disminución igual al 15% (a un ritmo 2,4 vástagos por madre) para cuando Latinoamérica esté pisando los primeros 50 años de la actual centuria. Con Bolivia, Haití y Guatemala, donde se registran los más altos indicadores de fecundidad y mortalidad, mientras que Cuba y Barbados encabezan la lista de naciones con mejores expectativas de sobrevida.
Al respecto, el estudio sostiene que “la pobreza golpea más fuerte en América latina a los niños y mujeres que al resto de la población: es 1,7 veces más alta en menores de 15 años que en adultos y 1,15 veces mayor en mujeres que en hombres”; señala que la diferencia es alta en todos los países de la región y es notoriamente mayor en Panamá, Costa Rica, República Dominicana, Chile y Uruguay, en ese orden.
También alerta que se ha profundizado la distancia del infortunio entre esas franjas etarias en los últimos 6 años. Es así que en “Uruguay, por ejemplo, la pobreza es 3,1 veces mayor en niños que en adultos, mientras que en Chile es 1,8 veces más alta y en Nicaragua, 1,3 veces” y, acota, “el trabajo no remunerado y el cuidado de terceros impiden la inserción laboral de las mujeres, lo que redunda en la pobreza de sus hijos”.
En el país trasandino, a menudo citado como modelo de eficacia y desarrollo, se ha registrado un crecimiento del trabajo informal y por cuenta propia entre agosto y octubre, en desmedro de 130 mil empleos estables. La pérdida de puestos laborales afectó sólo a los hombres, con una caída del 5%, dado que las chilenas perciben por las mismas tareas realizadas un tercio menos de remuneración.
A este sombrío provenir de “Nuestra Mayúscula América”, como la llamó el poeta cubano José Martí, se suma un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en el que la explotación laboral y la consiguiente marginalidad de los individuos puede medirse además por el origen étnico y el color de la piel.
Dice el BID que en 7 países “con datos sobre etnicidad, la investigación halló que las minorías indígenas y de afrodescendientes ganan en promedio 28 por ciento menos que la población blanca de la región”, aunque las personas tengan la misma edad, género y nivel de educación.
Concluye, con una obviedad casi simpática si no se trataran de seres de carne y hueso, que “un aumento de los niveles de educación de las minorías étnicas de América latina ayudaría a reducir el promedio de diferencia salarial en casi un cuarto” con el resto de la población. Sin aclarar cómo se financiaría la inclusión educativa, cuando los recursos de los Estados deberán utilizarse para paliar las consecuencias provenientes del alud del crack financiero que estalló en las entrañas de Wall Street y ahora amenaza con arrasar las economías al Sur del Río Grande.
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