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28 oct 2010

 
Por Sebastián Serantes
En 2001 durante el último censo, el índice demográfico daba como resultado unos 36.260.130 habitantes, una flagelante desocupación y una caótica pobreza estructural que marcaba a fuego la realidad nacional. Entonces, un gran porcentaje de esa golpeada población desconocía aún la figura del santacruceño que habría de protagonizar a partir de 2003 la inauguración de un modelo que cambiaría drásticamente el rumbo del país.
Hoy por la mañana comenzó otro censo, pero Néstor Kirchner ya se fue, con ese sentido de la sorpresa y la espontaneidad que tanto lo caracterizó se marchó a militar a la jurisdicción ineludible. Se fue con ausencia de anticipos y protocolos, directo como siempre, con un guiño a su pueblo con el que dialogaba directamente, sin intermedios, sin medios, omitiendo lo políticamente correcto y jugando todas las cartas en una sola mano.
El “pingüino”, como lo bautizaron sus detractores, sin imaginar que el pueblo se apropiaría cariñosamente de dicho apodo, nunca esquivó el debate, fiel a su estilo impulsó la necesaria discusión y concreción de conquistas y reivindicaciones populares que estarán por siempre en la memoria del país y de Latinoamérica.
Mientras los censistas siguen trabajando, desde los medios desfilan el reconocimiento y los pésames de amigos, aliados, detractores y enemigos del “pingüino”, todos ejerciendo una necesaria y sana solidaridad, esa magnanimidad fundamental para la democracia, a la que él, un pingüino, llenó de contenido al convertir meros postulados teóricos en realidades concretas, evidenciando a los enemigos de lo popular y desenmascarando el nervio del conflicto.
Al igual que para ser censado, la cercanía de la muerte también obliga a un breve ejercicio introspectivo: ¿Quién soy? ¿Qué soy? ¿Qué quiero? La condición particularmente efímera que nos tocó en suerte cobra relevancia y nos recuerda que todos iremos a engrosar el índice estadístico del barrio de los muertos. La
pregunta que cabría hacerse es ¿Qué vamos a dejar? ¿Qué construcción iniciaremos antes que llegue el momento definitivo? Néstor, o “un flaco como cualquier otro” al decir de José Pablo Feinmann nos deja una herencia que es responsabilidad permanente, un glorioso legado inacabado, que debe continuarse y profundizarse, para que ese puente de lucha tendido entre el hoy, y el ayer de una generación gloriosa siga dando testimonio.
En todo el país las lágrimas se censan por millones y no falta mucho para ver el resultado del notable ejercicio estadístico que permitirá actualizar las cifras de 2001, pronto las cifras expondrán lo que el pueblo ya conoce, el resultado de la gran transformación vivida durante los últimos años; su autor acaba de partir.

El país real online
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