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28 feb 2011

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Las palabras de Cristina, el viernes pasado por la tarde, fueron la muestra más clara de que la política argentina 2011 está atravesada más por los sentimientos que por las estrategias electoralistas. La Presidenta encarna, de modo protagónico, algo que se extiende por todo el país: un renovado interés por la política, entendida ésta como un genuino deseo de expresarse, de participar en los hechos públicos a partir de las propias emociones. La Presidenta deja fluir sus estados de ánimo, sus sentimientos más íntimos desde un espacio –el de los actos públicos difundidos por radio y televisión– donde los políticos suelen transmitir discursos fuertemente racionales. En todo caso, el componente emocional es el de la retórica. Es decir, dispositivos del lenguaje en los que se combinan la persuasión, el humor, la autoridad y la información, dentro de los cuales hay espacio para tributar a la identificación con ciertos líderes, dogmas y espacios de pertenencia. Así, el discurso de un político puede despertar aplausos o cánticos entre sus seguidores y rechiflas entre sus oponentes. Discursos de tribuna que, podría decirse, se reducen a despertar la aceptación o el rechazo. Si hubiera que medir lo que despiertan esos discursos de los políticos sería fácil advertir que producen un alto grado de sensibilidad entre quienes viven dentro del mundillo de la política y bajísimo grado de sensibilidad en el resto; o sea, las mayorías.
 Si hubo una excepción a estos cánones, en la Argentina, fue Evita. Porque fue tan auténtica como visceral, tan singular su vida como dramática su prematura agonía y muy impresionante su legado. Las intervenciones de Cristina Kirchner en los últimos meses producen –para quien está presente y aún para quien lo escucha por radio o lo mira por tele– un efecto distinto. Para graficarlo, podría decirse que sus palabras y sus gestos llegan al pecho, a ese lugar donde el cuerpo humano aloja las angustias, los amores, los deseos. Pero algo le pasa a la Presidenta en el momento mismo en el que su rostro denota las lágrimas contenidas: algo de sus reservas la lleva a la palabra justa. En cambio de quebrarse, le sale su capacidad de transmitir ideas y, sobre todo, comportamientos. “A él le hubiera gustado que yo estuviera aquí y que luego fuera a Yaciretá”, dijo en un momento y no cabían dudas, para nadie, que era la confesión de alguien que, previamente, como cualquiera que perdió a su compañero cuatro meses atrás, se preguntó muchas veces dónde quería ella pasar el primer cumpleaños de Néstor sin Néstor.
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