Es evidente lo que significó la muerte de Néstor Kirchner y la transferencia que se hizo hacia Cristina Fernández. La sensibilidad y empatía que tuvo la Presidenta con la gente es notable. Su relación con el pueblo, la transferencia de dolor por haber perdido a su compañero de vida, pero también su ternura y vigor pegan hondo. El gobierno de Cristina venía recuperando terreno en los primeros meses del año por los beneficios notables de la Asignación Universal por Hijo y por la multitudinaria participación en los festejos del Bicentenario.
Néstor Kirchner acaba de ganar su última batalla. La batalla que él sabía era la más difícil, la que construye sentido común, la que hace historia, la que tenía más enemigos: la batalla cultural.
Lo hizo a su manera. Con el sacrificio de su propia vida, con épica militante, con multitudes en la Plaza despidiendo al guerrero, con miles de jóvenes cerrando ese círculo en espiral que fuera abierto por aquella gloriosa juventud de los setenta a la que Néstor Kirchner perteneció.
A partir de la muerte de Néstor Kirchner, se hizo visible que el kirchnerismo tenía a su favor una masa enorme de personas capaz de movilizarse. En el velatorio se pudo notar que estaba presente el dolor y, por otro lado, la alegría del reencuentro comunitario. La alegría de saber que hay un mundo compartido.
Esta muerte dejó en evidencia que tenemos un gobierno fortalecido, capaz de dar explicaciones, mientras que a la oposición política se la ve cada vez con más dificultad de generar acciones que vayan más allá de poner obstáculos.
Abrir un debate sobre dónde se posicionan personas y grupos políticos ante cada momento de la historia requiere, en primer lugar, disposición a escuchar ideas, a intercambiar conceptos que suelen ser diferentes. Abrirse a la diversidad es una condición para tratar de alimentar ese espacio de la cultura política. Ubicarse a la izquierda significa, inevitablemente, no sólo escuchar opiniones sino sentirse sujeto, ser parte de un entramado de intereses en pugna. Aunque más no sea, mirar desde el lugar de los que son realmente despojados de los beneficios del sistema capitalista.
Con la muerte de Néstor Kirchner se corrió un velo que tenía que ver con un discurso monótono que parecía ser el portador de la verdad de lo que pensaba la mayoría de los argentinos sobre el ex presidente. Al correrse ese velo, lo que apareció fue una parte importantísima de la sociedad que fue a rendirle homenaje y a despedirse. Lo hizo con una intensidad única e histórica.
En una vertiginosa semana, Cristina Fernández de Kirchner dio muestras de dolor y de temple. Pasó del brevísimo discurso por cadena del lunes, en el que agradeció el acompañamiento popular, a visitar dos territorios claves de la Argentina, como Córdoba y el conurbano bonaerense y desplegar su capacidad de retomar la gestión de gobierno y también de confirmar que, tras la muerte de Néstor Kirchner, la Presidenta es la figura central del escenario político.
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