A riesgo de confundir el vacío emocional con los espacios de construcción de poder, parece importante hacer un rescate enfático de uno de los grandes legados que dejó Néstor Kirchner.
Ya se naturalizó la idea de que Néstor fue un gestor impresionante de subordinar la economía a la política. Sin embargo, dicho así puede dejar la sensación de que los números se acomodan a la voluntad o los deseos de un colectivo político o de un líder popular. Y Néstor hizo más bien todo lo contrario: tenía una idea clara de independizar el Estado de los intereses corporativos y para eso fijó los lineamientos que, hasta hoy, permiten no depender ni del FMI ni de la banca privada. Dólar competitivo monitoreado por el Banco Central, superávit fiscal y comercial y, sobre todo, generación de empleo. La política también era la economía. Entonces, ¿dónde está la diferencia? En que Kirchner no dejó que fueran los intereses empresariales y corporativos los que fijaran las políticas. Y eso, que suena fácil, es quizás uno de los logros magistrales de su mandato como presidente y como conductor de una fuerza política popular. La fórmula K de cómo ir ganando terreno sobre intereses concentrados no es sencilla de expresar. Porque, hay que decirlo, la mayoría de las veces Néstor desarticuló intereses sin confrontar. A veces negociando, otras veces esperando el momento oportuno. Eso sí, a medida que el Estado se fortalecía, las posibilidades de imponer condiciones a los poderosos fueron creciendo. Para eso, contó con un gabinete de ministros –que felizmente sigue con Cristina Kirchner– completamente compenetrado con esa ideología. Poca estridencia, mucha gestión y mucho fortalecimiento de las políticas públicas. Aquellos colaboradores que sentían que su presencia en el Ejecutivo era gracias a la buena relación –o dependencia– de ciertos poderosos grupos empresarios se encontraron, más temprano que tarde, lejos de la gestión.
No hay un manual donde esto estuviera explicado con protocolos o bajadas de línea. Sencillamente porque atrás de esta visión hay una historia de luchas populares y no un manual de instrucciones. Además, porque la circulación de información y de opinión estaba en manos de esa visión cultural de la política y en manos de experimentados gestores de negocios e intereses privados y corporativos. Un ejemplo simple: Clarín tituló hace poco: “Crece el trabajo en blanco, pero el grueso es por el empleo estatal” (13/10). Y, lamentablemente, muchos intoxicados ciudadanos consumen esa manera bastarda de tratar el sector público. Lo que Clarín escribe así se resignifica en muchos lugares como: “Viste, les dan laburo a los vagos, para que los voten y encima les dan sindicato y obra social”.
Lo que lograron Néstor y Cristina Kirchner es que, de modo sostenido, se recuperara la autoestima y la memoria de las experiencias populares en la Argentina. La mayoría de las cuales fueron dentro del peronismo, hay que decirlo. Pero es preciso subrayar que sobran las visiones y las prácticas –dentro y fuera del peronismo– de que hacer política es favorecer intereses de poderosos y maquillarlos un poco.
Néstor está en lo más alto de la historia política reciente no porque haya muerto trágicamente o porque haya llegado a ser presidente y aspirara a serlo de nuevo. Logró construir un camino que fue colectivo y que rescató lo mejor de las tradiciones de lucha. Para eso, sin duda, aprovechó su militancia de los setenta. En pocos días se cumplen cinco años de aquella formidable Cumbre de Mar del Plata en la que Néstor dijo “No al Alca” en las narices de George Bush. No fue una quijotada, sino una lectura de lo que era posible. Eso sí, posible con una Nación orgullosa de recuperar la soberanía. Del mismo modo que un año y medio antes había sacado el cuadro del dictador Videla del Colegio Militar porque sabía que había un pueblo que tenía necesidad de terminar con la impunidad.
Muchos de esos actos, además de tener un valor en sí mismos, eran mensajes para la sociedad, para que quedara claro eso de que no iba a dejar las convicciones en la puerta de la Casa Rosada. Esos eran los actos más visibles, los emblemáticos. Después, están los de todos los días y que iban desde no ir a los actos de la Sociedad Rural ni a los coloquios de Idea. La respuesta de los grandes medios fue la de hablar del Presidente Krispado. La verdad es que fue más un pícaro que un enojón. Si La Nación o Clarín tuvieran que hacer una biografía no tendrían más que sus propias premoniciones nunca cumplidas. Siempre advirtieron que sus decisiones eran producto de impulsos o fugas para adelante. Ahora, en sus tapas debieron poner “Masivas muestras de adhesión popular”. No pudieron ocultar que los cientos de miles de personas que llenaron la Plaza de Mayo y los millones que sienten orfandad en estos días son personas que no sólo despiden a quien quisieron sino que también se sienten parte de una manera de hacer política. Salieron, entre otras cosas, por los derechos restituidos, que es algo que se mide en beneficios concretos y en dignidad también concreta.
Ya se naturalizó la idea de que Néstor fue un gestor impresionante de subordinar la economía a la política. Sin embargo, dicho así puede dejar la sensación de que los números se acomodan a la voluntad o los deseos de un colectivo político o de un líder popular. Y Néstor hizo más bien todo lo contrario: tenía una idea clara de independizar el Estado de los intereses corporativos y para eso fijó los lineamientos que, hasta hoy, permiten no depender ni del FMI ni de la banca privada. Dólar competitivo monitoreado por el Banco Central, superávit fiscal y comercial y, sobre todo, generación de empleo. La política también era la economía. Entonces, ¿dónde está la diferencia? En que Kirchner no dejó que fueran los intereses empresariales y corporativos los que fijaran las políticas. Y eso, que suena fácil, es quizás uno de los logros magistrales de su mandato como presidente y como conductor de una fuerza política popular. La fórmula K de cómo ir ganando terreno sobre intereses concentrados no es sencilla de expresar. Porque, hay que decirlo, la mayoría de las veces Néstor desarticuló intereses sin confrontar. A veces negociando, otras veces esperando el momento oportuno. Eso sí, a medida que el Estado se fortalecía, las posibilidades de imponer condiciones a los poderosos fueron creciendo. Para eso, contó con un gabinete de ministros –que felizmente sigue con Cristina Kirchner– completamente compenetrado con esa ideología. Poca estridencia, mucha gestión y mucho fortalecimiento de las políticas públicas. Aquellos colaboradores que sentían que su presencia en el Ejecutivo era gracias a la buena relación –o dependencia– de ciertos poderosos grupos empresarios se encontraron, más temprano que tarde, lejos de la gestión.
No hay un manual donde esto estuviera explicado con protocolos o bajadas de línea. Sencillamente porque atrás de esta visión hay una historia de luchas populares y no un manual de instrucciones. Además, porque la circulación de información y de opinión estaba en manos de esa visión cultural de la política y en manos de experimentados gestores de negocios e intereses privados y corporativos. Un ejemplo simple: Clarín tituló hace poco: “Crece el trabajo en blanco, pero el grueso es por el empleo estatal” (13/10). Y, lamentablemente, muchos intoxicados ciudadanos consumen esa manera bastarda de tratar el sector público. Lo que Clarín escribe así se resignifica en muchos lugares como: “Viste, les dan laburo a los vagos, para que los voten y encima les dan sindicato y obra social”.
Lo que lograron Néstor y Cristina Kirchner es que, de modo sostenido, se recuperara la autoestima y la memoria de las experiencias populares en la Argentina. La mayoría de las cuales fueron dentro del peronismo, hay que decirlo. Pero es preciso subrayar que sobran las visiones y las prácticas –dentro y fuera del peronismo– de que hacer política es favorecer intereses de poderosos y maquillarlos un poco.
Néstor está en lo más alto de la historia política reciente no porque haya muerto trágicamente o porque haya llegado a ser presidente y aspirara a serlo de nuevo. Logró construir un camino que fue colectivo y que rescató lo mejor de las tradiciones de lucha. Para eso, sin duda, aprovechó su militancia de los setenta. En pocos días se cumplen cinco años de aquella formidable Cumbre de Mar del Plata en la que Néstor dijo “No al Alca” en las narices de George Bush. No fue una quijotada, sino una lectura de lo que era posible. Eso sí, posible con una Nación orgullosa de recuperar la soberanía. Del mismo modo que un año y medio antes había sacado el cuadro del dictador Videla del Colegio Militar porque sabía que había un pueblo que tenía necesidad de terminar con la impunidad.
Muchos de esos actos, además de tener un valor en sí mismos, eran mensajes para la sociedad, para que quedara claro eso de que no iba a dejar las convicciones en la puerta de la Casa Rosada. Esos eran los actos más visibles, los emblemáticos. Después, están los de todos los días y que iban desde no ir a los actos de la Sociedad Rural ni a los coloquios de Idea. La respuesta de los grandes medios fue la de hablar del Presidente Krispado. La verdad es que fue más un pícaro que un enojón. Si La Nación o Clarín tuvieran que hacer una biografía no tendrían más que sus propias premoniciones nunca cumplidas. Siempre advirtieron que sus decisiones eran producto de impulsos o fugas para adelante. Ahora, en sus tapas debieron poner “Masivas muestras de adhesión popular”. No pudieron ocultar que los cientos de miles de personas que llenaron la Plaza de Mayo y los millones que sienten orfandad en estos días son personas que no sólo despiden a quien quisieron sino que también se sienten parte de una manera de hacer política. Salieron, entre otras cosas, por los derechos restituidos, que es algo que se mide en beneficios concretos y en dignidad también concreta.
Construir política. Aun en momento de duelo es preciso estar atentos y pensar. Kirchner hizo algo tanto o más importante: abrir y estimular canales de participación y de organización. Algunos rompieron con Kircher porque no les gustaba que presidiera el justicialismo, argumentando que una cosa era el peronismo y otra el pejotismo. ¿Y ahora qué van a decir? ¿Acaso dejó de apoyar a las Madres y Abuelas por ser electo para presidir el partido más grande de la Argentina y el que expresa los logros reales de los trabajadores?
En estos días durísimos, los principales ideólogos de la derecha –que escriben la visión editorial de Clarín y La Nación– plantearon barbaridades. Sin anestesia. Llegaron a decir que se terminó el poder bicéfalo y cosas por el estilo. Actuaron no sólo por su falta de sensibilidad sino porque creen que el momento del duelo es el de apropiarse de los bienes. Una vieja práctica. Muchos especulan que sin Néstor el kirchnerismo no va a poder hacer ese juego magistral de combinar rumbo político y económico, momento adecuado para decisiones y construcción de fuerzas políticas populares.
Es posible que no sea fácil reemplazarlo. Es posible que Cristina sea una estadista impresionante y, sin embargo, no le resulte sencillo ocupar ese lugar que tan bien ocupaba su marido. Pero si algo emergió en estos días es que el pueblo –especialmente los jóvenes– fue la nota distintiva. Los pregoneros del odio, en La Nación de ayer por ejemplo, tuvieron que escribir sus notas entre las fotos de adhesión popular y bajo un título de tapa que parecía sugerido por el mismísimo Néstor para algún semanario comprometido con las transformaciones y no con el encono antiK de ese diario: “La larga despedida unió la Capital con el Sur”, tituló el matutino de los Mitre.
No cabe duda de que Cristina demostró cuál es el rumbo y que seguirá con él. Eso sí: será preciso que no vengan a vender gato por liebre los que en estos días salen por las radios con la idea de volver a hacer de lleva y trae entre las grandes corporaciones y el Estado. Hay que aprender que en estos días se habló mucho de militancia. Pero, sobre todo, se militó mucho. Parece que ese ejercicio no podrá dejarse de lado ni un minuto.
En estos días durísimos, los principales ideólogos de la derecha –que escriben la visión editorial de Clarín y La Nación– plantearon barbaridades. Sin anestesia. Llegaron a decir que se terminó el poder bicéfalo y cosas por el estilo. Actuaron no sólo por su falta de sensibilidad sino porque creen que el momento del duelo es el de apropiarse de los bienes. Una vieja práctica. Muchos especulan que sin Néstor el kirchnerismo no va a poder hacer ese juego magistral de combinar rumbo político y económico, momento adecuado para decisiones y construcción de fuerzas políticas populares.
Es posible que no sea fácil reemplazarlo. Es posible que Cristina sea una estadista impresionante y, sin embargo, no le resulte sencillo ocupar ese lugar que tan bien ocupaba su marido. Pero si algo emergió en estos días es que el pueblo –especialmente los jóvenes– fue la nota distintiva. Los pregoneros del odio, en La Nación de ayer por ejemplo, tuvieron que escribir sus notas entre las fotos de adhesión popular y bajo un título de tapa que parecía sugerido por el mismísimo Néstor para algún semanario comprometido con las transformaciones y no con el encono antiK de ese diario: “La larga despedida unió la Capital con el Sur”, tituló el matutino de los Mitre.
No cabe duda de que Cristina demostró cuál es el rumbo y que seguirá con él. Eso sí: será preciso que no vengan a vender gato por liebre los que en estos días salen por las radios con la idea de volver a hacer de lleva y trae entre las grandes corporaciones y el Estado. Hay que aprender que en estos días se habló mucho de militancia. Pero, sobre todo, se militó mucho. Parece que ese ejercicio no podrá dejarse de lado ni un minuto.
Fuente: http://sur.elargentino.com/
Mirta Praino - http://san-fernando-mi-ciudad.blogspot.com/
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